Querida lectora, creo que hoy no saldrás de aquí tan atacada como en otras cartas.
No me gusta demasiado escribir con fecha. Durante estos meses he ido hablando sobre lo que me venía a la cabeza, sin hacerle demasiado caso a lo que pasaba en el mundo. Sacaba algo mío, te lo daba y buscábamos el punto en común a destiempo. No pensaba en la sucesión de estaciones, en si estaba diluviando afuera o en si las vacaciones se acercaban como un todoterreno. Pero a lo mejor hoy es un buen momento para cambiar eso.
Te escribo estas palabras un uno de septiembre. Hace ya días que la temperatura ha bajado en Madrid y se puede dormir por las noches (sospecho que aún queda alguna ola de calor, pero prefiero ignorarla hasta que venga). En este piso ya casi se pueden cerrar las ventanas. A los borrachos que merodean la discoteca de enfrente se les escucha cada día menos, el ruido llega apagado por los cristales entornados, por las persianas agachadas. El desfile de hormigas que invade la cocina un día tras otro pese a mis intentos por envenenarlas está cada vez menos concurrido. Y anoche por fin capturé a Fideo, el ratón que llevaba un par de semanas pululando por los armarios y al que dije que nunca pondría nombre, para no encariñarme. Hay algo que flota en el aire últimamente, entre una vaharada impregnada de asfalto y la siguiente, sospecho que es el cambio.
Esta semana he ido a una pitonisa por primera vez, todo un cambio, desde luego. Fue un plan en el que había poco de improvisado. Pensé que sería entretenido, que seguro que las palabras una desconocida me aportarían algo interesante, que al menos podría hablar sobre ello en Tres Estrellas. Ya casi veía el título: El autoconocimiento, La identidad, algo así. Servirían cócteles, me llevaría a un par de amigas, me parecía fantástico. No hace falta creer, solo escuchar una historia; es como ir al cine, solo que tú eres el protagonista y el director en realidad no te conoce muy bien.
Tengo la lectura de Siena grabada en el móvil. No la he reescuchado entera todavía porque no son sus palabras las que me dan vueltas. «Has cambiado. Estás cambiando», me dijo Sonia. No sé si antes o después de la lectura, y estoy seguro de que no fue tan literal como para justificar el uso de las comillas, pero aquel fue el significado que me llevé. Y ahora, días después, me parece irónico que fuese a una pitonisa llamada Siena para quedarme con lo que dijo una amiga llamada Sonia. Por la similitud de los nombres, por lo obvio.
También te escribo estas líneas mientras tomo notas para otra carta que tengo pendiente. En un par de semanas se casan dos de mis mejores amigas. Llevo meses pensando en qué decir en ese discurso que nos han encargado a mí y a las otras chicas del grupo. Tengo mi libreta aquí al lado, anoto ideas con letra escurridiza como arroyitos de una tinta muy líquida, que lo mancha y lo impregna todo. Conecto el disco duro en el que guardo las fotos de estos años juntos. Busco la inspiración porque es más fácil estos días hacer de arqueólogo que de escritor.
Las instantáneas de mi archivo se suceden una tras otra. Aprovecho para perder el tiempo un poco más, para detenerme en esta o aquella (si no empiezo a escribir, no puedo hacerlo mal). Han cambiado nuestro rostros, nuestros cortes de pelo. Antes vivíamos allí, ahora allá. Se cruza una foto del novio de no sé quién, al que ya no dedicamos apenas un pensamiento. Otra en un bar que ya ha cerrado. También hay fotos de personas que solo volverán en sueños porque nos dejaron demasiado pronto. Mando unas cuantas al chat de grupo, solo las que nos arrancarán alguna sonrisa, aunque yo haya soltado alguna lágrima.
Este verano sabe más a cambio que nunca. Es como si estuviese al final de una suma, justo debajo de esa línea que separa las partes del resultado. Lo curioso es que no hay epifanía, por mucho que la busque, solo la sensación de estar en esa línea, más gruesa de lo que creía, más dilatada en el tiempo de lo esperable, de habitar un terreno turbulento, acuoso, en el que unas corrientes invisibles son más dueñas de mis pasos que yo mismo.
No tengo mucho más que decirte, lectora, esta no ha sido una de esas cartas que venían con una bomba. Pero si estás esperando una epifanía, quizá no llegue, quizá nos toque habitar esta línea y estas corrientes juntas un tiempo. Tranquila, yo estaré aquí para darte la mano. Por lo menos, hasta que todo cambie.
Y ahora, las otras estrellas.
⭐ Estos días ando leyendo con mucha atención casi cualquier cosa que me cae en las manos. La escritura ocupa mucho en mi mente últimamente. Anoto esta y aquella frase que me viene a la cabeza como un desesperado, como si se me fuesen a escapar. Noto las ideas formarse, macerarse, pero soy un escritor lento, que necesita mucho tiempo antes de ponerse con una historia.
Mientras tanto, voy robando palabras que pertenecen a otros, con la esperanza de que permeen, de que se transformen en historia todas juntas.
A Jamie Bennet le he robado estas:
«I always feel like August will be the end of me
But then Fall comes and my joy is reborn»
⭐ A Yves Michaud le he robado las siguientes:
«Al artista le gusta creer que es completamente consciente de lo que hace, por qué lo hace, cómo lo hace y del valor intrínseco de su obra»
Las escribe en El arte en estado gaseoso, libro que, para qué mentir, no he leído ni me interesa ahora mismo. Pero ahora que ando con el cerebro llenito de letras, de escribir en el sentido más personal de la palabra, me parecieron importantes. Ahora que tengo una novela publicada y otra en el cajón desde hace meses, las miro y veo su intención, más evidente que cuando las escribí.
También me pareció una coincidencia maravillosa encontrarme con esa frase justo después de visitar el Thyssen, y de volver a entrar al Reina Sofía y al Sorolla (sí, otra vez viendo cuadros; si queréis mandarme una postal, las de pinturas son siempre buenas ideas, todavía tengo mucho espacio en blanco en las paredes, como una historia esperando a ser escrita, como un lienzo esperando a que lo transformen con unas pinceladas).
Eso es todo por hoy, lectora.
Nos vemos en dos semanas. ¿Quién sabe qué habrá cambiado para entonces? ¿Quién sabe si lo sabremos entonces o mucho más tarde?