⭐ Querida lectora, hoy vengo a hablar. Y punch!
Hace ya un tiempo que me rondaba por la cabeza este pensamiento y el otro día lo terminé de confirmar. A lo mejor no fueron los mejores medios, porque una captura de tiktok subida a twitter difícilmente es un buen medio para algo que no sean ríos de polémica, pero a mí me sirvió para poner palabras a esto.
Os describo la imagen: un chico mira espantado a cámara con el texto “Cuando la cajera del Trader Joe’s intenta empezar una conversación”. La imagen viene acompañada de comentarios como “Cuando empiezan a hacer preguntas como ¿Qué tal? me cabreo”; “Yo también, qué quieren de mí” y otros más groseros o más, sinceramente, desconectados de la realidad.
Porque eso es lo que me parecieron, palabras que venían de personas tan crónicamente online que habían perdido el sentido de la educación. Hasta el punto de que una conversación casual, el small talk, les resultaba repulsiva.
Chronically online: si sabes lo que significan estas palabras, más allá de lo literal, pasas demasiado tiempo online, es posible que necesites tocar hierba.
Tocar hierba: acción que implica desconexión de lo virtual y que se manda a hacer a la gente que está crónicamente online.
Y puedo entenderlo. De verdad que dedicarle este espacio no significa que me encante hablar con desconocidos. Ni mucho menos. Me da moderada ansiedad. Me he acostumbrado con el tiempo y el uso. Por suerte o por desgracia*, he tenido atención al público en algún que otro trabajo así que estoy acostumbrado a que intercambios que bien podían haber sido un email se alarguen hasta la extenuación porque a la gente, en general, le gusta hablar y le gusta que la escuchen.
*Y por obligación, porque oficialmente no la tenía.
Lo que he aprendido de esta charla pequeña, en términos absolutos, no es mucho ni de gran valor. No me vale de nada saber que el Vicent, un señor de las partidas rurales alicantinas, tiene un problema con sus pinos, que a ver si podemos darle solución. Pero cuando el mismo señor aparece a finales de año por las oficinas con un décimo de lotería, unos esquejes y su perro (qué mono era, lo mejor que me pasó en ese curro), no me arrepiento de haber estado una hora al teléfono con él, aunque todo aquello podía haber sido un email.
Tampoco me vale de nada saber si la vecina tiene goteras, ni si en el quinto hace más frío, porque no tienen nada más arriba que un terrado, o si a su galga ya le van doliendo los huesos, porque la edad no perdona a los perros. Pero cuando me sobre un calefactor o una manta, no necesitaré tirarlos porque es muy posible que ya sepa a quién le pueden hacer más falta. Y lo mismo ocurrirá al revés.
Puede parecer que esté diciendo que estas conversaciones son solo meros intercambios de los que, a la larga, puedes obtener algo, pero te aseguro que no es así. Creo que estas conversaciones de rellano de escalera, de barra de bar, de caja registradora, son parte de las redes de barrio (de barriada, de pueblo, de ciudad) que nos cuidan y nos protegen frente a los horrores del capitalismo.
De alguna manera, volviendo a los ejemplos anteriores (solo semificticios), tanto Vicent como Vecina obtuvieron algo saltándose lo que, de otra manera, habría sido una barrera económica. Creo bastante en la fuerza transformadora de la charla pequeña, en los cuidados que pueden emerger de ella, así que cuando vi aquel tuit original lo dije sin dudarlo y, obviamente, twitter siendo twitter, obtuve las respuestas que me esperaba: rotundos “no quiero hablar con nadie” y “mira es que me siento estúpido y awkward”.
Contra lo primero no puedo luchar, pero contra lo segundo, creo que cualquier persona que quiera una charla ligera, un intercambio de rellano, puede apreciar la capacidad para hablar de tonterías por encima de lo incómodo que se nos puede hacer.
Creo que las personas que nos hemos criado online nos hemos alejado de estas redes, que las horas que se nos come el trabajo han minado nuestra capacidad de charlar de lo que sea sin sentirnos raros y de conocer a nuestros vecinos. No me extraña por eso conocer la vida de los vecinos de la casa de mis padres y que ellos se sepan detalles de la mía con los que no estoy del todo cómodo, pero es lo normal cuando ocupas un lugar sin el miedo a ser conocido. Pero eso cambia cada vez que me mudo, cosa que parece que va a ser una constante. Y me voy de los sitios sin saber al lado de quién vivía, sin saber si necesitaban algo, aunque solo fuese ser escuchados.
En fin, lectora, te dejo hasta esta semana con esta pequeña charla de rellano. No tengo duda de que esto es una habilidad social que muchos tenemos poco entrenada, pero que nuestras madres y más incluso nuestras abuelas tenían más que dominada. No hay incomodez que valga, solo capacidades poco entrenadas.
Y ahora, las otras estrellas
⭐ Si queda alguien en España que no haya visto La Mesías, ya tarda. Yo me he pasado un buen rato de este sábado (sí, estoy escribiendo el último día antes de que se envíe) viendo la entrevista que les hizo Javier Zurro a los Javis para eldiario.es.
Curiosamente, la historia que me ha tenido obsesionado estos días es también la de otra mesías. No la de la mujer en la que se basa la serie de los Javis, sino la de una mujer que un día se hartó de todo y empezó a llamarse Madre Dios. Esto, que como hecho aislado ya es preocupante, se convierte en algo mucho peor cuando Amy Carlson se lanza a las redes a difundir su mensaje y la gente la escucha. Madre Dios, Amy, esta mesías moderna, comenzó su secta del amor, dejando atrás a sus hijos y al resto de su familia “terrenal”, como ella la llamaba, y uniéndose a las personas que creían en su mensaje.
Esta historia de secta new age no habría salido a la luz de no ser porque las creencias de Amy se volvieron peligrosas cuando empezó a pensar que, como personificación de Dios en la Tierra, las necesidades de su carcasa física eran distintas a las de los humanos de a pie. Empezó a alimentarse a base de alcohol y plata coloidal, acompañados de unas buenas dosis de marihuana y drogas psicodélicas. El cuerpo momificado de Amy apareció resguardado por sus acólitos, a los que llamaba arcángeles y padres de la creación, envuelto en purpurina y luces de Navidad. Love Has Won, el documental que narra estos hechos, tiene tres capítulos de una hora y está disponible en HBO.
⭐ Si la imagen de abajo te resulta familiar, especialmente por las chicas que la ocupan, es porque pertenecen al proyecto de Alessandra Sanguinetti que sirvió para ilustrar la portada de Panza de burro (Andrea Abreu, Editorial Barret, 2020).
Las chicas de la fotografía son dos primas del sur de Buenos Aires a las que Sanguinetti lleva más de 20 años fotografiando. Los volúmenes ocupan ya varias etapas de su vida y son un reflejo de la imaginación infantil y del paso de la niñez, a la adolescencia y a la adultez.
Las compartió en Twitter Eadeeva a través de La Peliculera y os traigo aquí el hilo original para que le echéis un vistazo y veáis más fotografías, más allá de esa tan famosa de las niñas jugando en el exterior de su choza.
No quiero irme sin, ya que estamos, enlazar el trabajo que Sanguinetti ha hecho en Palestina. Aquí podéis encontrar una selección de sus fotos para MagnumPhotos.
Eso es todo por hoy. Cuando leas esto, es muy probable que esté en Ginebra, dando el callo en Naciones Unidas. Cómo he acabado ahí es una de esos misterios que te contaré en un rellano, si alguna vez coincidimos.
la ansiedad que me da el small talk pero lo grounding que me resulta (por algún motivo que desconozco solo he sabido expresar esto en inglés, debo estar yo también chronically online 🥲). muy chulas las fotos de panza de burro, que proyecto tan bonito! 💓