⭐ Querida lectora, el sábado pasado me encontré con una amiga.
Esta amiga y yo nos conocemos desde hace tiempo, mucho. Puedo situar a mis amistades más antiguas en la universidad, en el instituto, incluso me queda algún conocido de primaria al que me alegro de ver de vez en cuando. Ella es anterior a todo eso, pero la vida, las circunstancias, el peso (que no el paso) de los años nos fue alejando.
Pero el sábado nos vimos, como llevamos haciendo casi todos los fines de semana desde que se divorció. Hablamos de nuestros padres (“por fin se ha comprado un audífono”), de su trabajo (“nos han instalado cámaras de vigilancia”), del mío (“otra vez a buscar”); hablamos de libros.
Es algo que llevamos compartiendo un tiempo. Ella agarra uno de mi estantería. Deja otro a cambio. Una especie de karma hecho de páginas. El último fue La mujer helada, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire, 2015). Lo describe con pasión, con fuerza, como si fuese una revelación en forma de novela.
Si algo tienen los libros, es que hablan de nosotros hasta cuando no queremos. Están los que leíamos una y otra vez de niño, porque no había otra cosa en la estantería, y siguen con nosotros de adulto, dirigiendo nuestros pensamientos como si no hubiésemos crecido ni un centímetro. Están los que recomendamos porque conocemos a la otra persona y sabemos que los disfrutarán, aunque a nosotros nos dejasen indiferentes. Y están los que pedimos, rogamos, a todo el mundo que lean porque son tú, es tu historia. Un autor, de alguna manera, ha sabido plasmarte en unas páginas y necesitas que el resto lo sepa, necesitas que te reconozcan, que admiren la casualidad, pero, sobre todo, que te vean, aunque sea a través de los ojos de otro.
Así hablaba mi amiga de La mujer helada y así lo leí yo, buscándola en cada decisión de la protagonista, en cada cambio, en cada error que cometía. En esta novela, Ernaux retrata la vida de una mujer que creció sabiendo lo que se esperaba de ella por serlo. Y aun así, a pesar de la hiperconsciencia de que el patriarcado condicionaba todos los pasos que daba, acaba atrapada en un matrimonio sin amor, en una casa cómoda que detesta, luchando por mantener dos horas de independencia al día mientras el niño duerme y él ve la tele.
«Pero a veces, en el parque, detrás del cochecito, he tenido la extraña impresión de estar paseando a Su Hijo, no al mío, de ser la pieza activa y obediente de un sistema aseptizado, armonioso, que gravitaba a su alrededor, marido y padre, y que le procuraba seguridad».
Reconozco a mi amiga ahí, a pesar de la ausencia de cochecito. Y reconozco a su exmarido en ese hombre que acabó siendo el centro de un universo diminuto. Los veo en esa pareja que empezó como dos veinteañeros idealistas, intelectuales, cada uno en su partido (El Partido, como sigue llamándolo cuando me enseña alguna foto de su juventud), en la primera discusión en la que ser mujer tuvo una importancia vital.
La novela no termina de forma dramática, pero la vida de mi hermana casi lo hace. A manos del hombre que quería, del amigo que transformó las discusiones sobre sociología en luchas por mantener su superioridad en ese sistema aseptizado; primero el grito, luego el puñetazo («¡No me toques los cojones, no eres un tío, no! ¡Pues eso, aún hay diferencia! ¡El día que mees de pie, ya hablaremos!», escribe Annie).
El sábado que viene volveremos a vernos. Vendrá al barrio, a pesar de saber que Él ahora vive a solo unas calles. Subirá a casa, recuperará su libro y, cuando vuelva a la suya, lo dejará en su estantería. Su libro, su casa, su estantería. Sin pedirle permiso a nadie, sin tener que disculparse por ser la dueña de su día a día, sin ser, por suerte, una mujer helada.
Gracias por llegar hasta aquí, lectora, amiga (¿nos podemos llamar así ya?). Creo que esto es una newsletter. Una de las peores, además: personal y sin tema fijo. Me gustaría que te suscribieses, pero no pienso obligarte.
Esta newsletter se llama Tres estrellas*. La primera siempre será el texto, las otras, ¿quién sabe? Hoy son estas:
⭐ _Anikillación, una canción de las _juno, proyecto conjunto de Zahara y Martí Perarnau IV que hace poco tuve la suerte de ver en directo. Dos almas haciendo música con una guitarra, un bajo y un buen puñado de teclados.
⭐ Esta ilustración de Theo Plum, un poco yo, un poco tú, un poco todos.
Prometo ser más ligero en las próximas entregas. Soy intensa, pero no tanto.
*Esta newsletter se llama Tres estrellas porque es la marca de la caja de cerillas que tenía en la mesa y porque aquí no aspiramos a la perfección.
Un beso.
Maravilla de primera entrada. Deseando leer más ❤