⭐ Querida lectora, hoy vengo a hablarte de una de las cosas a las que más me cuesta enfrentarme: mi propia cabecita.
Por si no lo sabes, hace cuatro años ya (*pausa para reflexionar sobre lo rápido que pasa el tiempo*) andaba yo viviendo en Sevilla. Por aquel entonces, me pasaba el día pegado a mi amiga Laura, otra foránea allí. Aquellos meses en los que convivimos (ella acabaría marchándose a Madrid a trabajar y yo más tarde volvería a Alicante) solíamos decidir qué hacer según lo que pusiese en una agenda cultural cuyo nombre he olvidado. Eso nos llevó a muchos conciertos, recitales y teatro al aire libre. Es una época a la que le tengo muchísimo cariño. Teníamos una ciudad entera por explorar y mucho tiempo libre.
Pero aquello se detuvo, como lo hace todo, cuando llegó la Semana Santa. Mi laboratorio frenó en seco y las bibliotecas cerraron. Sin experimentos que terminar y sin la posibilidad de estudiar en un sitio silencioso, decidimos que lo mejor era salir a la calle y disfrutar del ambiente. Todavía recuerdo el bocata de tortilla y la lata de cerveza que almorzamos frente a la Facultad de Económicas, mientras una virgen recorría la avenida y los niños corrían de un lado a otro, gritando, pidiendo chucherías y comparando estampitas. La Madrugá de aquella semana fue precisamente la responsable de que acabase escribiendo Todos mis santos. Éramos dos petardas ateas y fascinadas.
Y ahora, cuatro años después, he vuelto a Sevilla en Semana Santa. Considerémoslo una forma de saldar deudas, de hacer check en unas cuantas casillas pendientes. Pero, como te iba diciendo, no vengo a hablarte de eso, vengo a hablarte de esta cabecita y cómo se me ha rebelado últimamente. Una cosa que pude hacer esta semana fue tomar un café a solas, para darle un descanso a mi acompañante (hola, Estef), y porque soy de la tribu, nada especial pero muy sonora, de gente a la que gruñe el cerebro si no toma café.
Esto sería el evento más anodino del mundo si no fuese porque tomar café a solas me hace muy poca gracia. Igual que hacer otras tantas cosas normales solo, especialmente si es por primera vez. Se me hace un nudo entre el pecho y la garganta, y, en el peor de los casos, acabo dándome la vuelta.
Así es la ansiedad social, un trastorno que te lleva a evitar hacer las cosas que te apetece hacer. Porque sé que aquel día, aquel Martes Santo, a mí lo que me apetecía era tomarme un café y leer uno de los libros que me había traído.
Pero dudé. Porque ahí estaba el nudito, apretando, haciendo que pasase menos aire del necesario. Por suerte, llevo muchos años conviviendo con esto y sé que es cuando noto el nudo que más tengo que enfrentarme a esa situación irracionalmente aterradora. Así que pedí mi café, con leche de avena, una galleta para acompañarlo y con un ligero tembleque en las palabras, me senté en un rincón (el sitio favorito de los ansiosos), pero cerca de un ventanal, y me puse a disfrutar de mi libro (Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel, el próximo que leo a medias con mi amiga Edu Norte*).
Y esto que te acabo de contar es: mentira. Porque sí, llegué a ir a la cafetería. Y sí, me pedí ese café con el que llevaba todo el día soñando. Pero fui incapaz de sacar el libro. ¿Por qué? Porque la ansiedad es un bicho que te dice que, si te atreves a sacar ese libro, todo el mundo te va a mirar, va a juzgarte, va a pensar que intentas hacerte el interesante y serás la persona más odiada del lugar. Puede que incluso te saquen una pancarta y te den un premio al Pretencioso del día.

Ahora que ha pasado un tiempo y puedo racionalizar estos pensamientos catastrofistas sé que:
ninguna de esas cosas era verdad,
si lo fuesen, las consecuencias serían nulas,
la próxima vez, tengo que acordarme de racionalizar antes.
¿Y qué hice en lugar de leer el libro de Lemebel? Pues escribí una lista de las personas que veía por el ventanal. Para parecer ocupado, para pasar el rato, para que nadie pensase “lo peor” de mí. Te la adjunto, por si tienes curiosidad, no sin antes decirte que esta entrada no pretende ser un “pobre de mí, he aquí la solución que he encontrado”, sino un “amiga, no estás sola, a mí también me pasa”.
Así que, sin más dilación, hoy, en Tres estrellas, Gente que vi mientras evitaba sacar un libro porque me daba amsiedat:
Un hombre que llevaba en brazos un saco de naranjas y una hucha con forma de cerdito.
Una mujer con una silla plegable (las procesiones están llenas últimamente).
Otra que me recordaba a Tilda Swinton, pero como con una capa de vergüenza encima.
Un niño pelirrojo.
Gente vestida de domingo, aunque no lo fuese.
Una chica que dibujaba en su tablet (esta no pasó por el ventanal, la tenía detrás, en un sofá, una persona sin ansiedad o con las prioridades más claras que yo).
La taberna El Papelón (demasiado lejana como para saber si se cocía algo interesante, además de calamares).
Una zentennial vestida de domingo pero con botines (bambas, playeros, tenis, deportivas, escoge tu propia aventura). Siempre a tope con esta generación que tiene la forma más precisa de reclamar y conquistar la comodidad hasta cuando la etiqueta dicta (o dictaba) lo contrario.
El chaval con el mejor pelo del mundo (le odio, ahora es mi enemigo).
Un padre haciéndole una foto a sus hijos en la esquina más anodina del mundo (y a contraluz).
Recuerda, todos lidiamos con monstruos. Y si ese “lo peor” ocurre, en realidad la mayoría de la gente es simpática, comprensiva y con muy mala memoria. Aunque a veces hagan listas para reducir la ansiedad.
*En realidad no es que la Edu se lea una mitad y yo la otra, es que lo leemos a la vez y luego decimos que qué maravilloso nos ha parecido o que menudo bodrio (normalmente es lo primero porque tenemos buen ojo).
Y ahora, vamos con las otras estrellas. Hoy, con una ración de cosas que me ayudan cuando estoy más-mal-que-bien-pero-podría-ser-peor.
⭐ Uno de los canales más famosos de música para estudiar, trabajar o, en general, para concentrarse, Lo-fi girl, ha iniciado una radio con música synthwave. Además, lo ha hecho presentando a su compañero, Synthwave-boy, en un evento que ha tenido a miles de personas pendientes de una ventana de luz azulada. Es una emisora perfecta si te encanta el neón, las lámparas de lava y crees que los monitores se veían mejor con 30 centímetros de fondo.
Además, en su página de merchandising puedes customizar tu propio personaje y formar parte de este universo. Yo he pasado un rato entretenido, sin otro objetivo que conseguir una versión más o menos fiel de mí mismo.
⭐ La otra estrella es Never Have I Ever (Yo nunca), una comedia con episodios de 30 minutos (gracias, oh, gracias) y una protagonista adolescente de origen indio-americano. No te digo más, porque a lo mejor no te interesa, pero sí te digo que recuerdes que existen las comedias. A mí a veces se me olvida y empalmo un drama y con otro y luego acabo preguntándome por qué no tengo el cuerpo para series últimamente.
Eso es todo, lectora. Recuerda, no estás sola.
REPRESENTADO. Te comprendo, amiga 🥺
Pd: ¿Qué os pareció Tengo miedo torero? Lo tengo fichado pero no me decido sobre si quiero leerlo o no.
Abrazos 🥰
(Hola bb) Efectivamente, nadie está solo en esto *treacherous andalusian lady kiss on the cheek*