⭐ Querida lectora, desde la entrada de hace dos semanas han pasado muchas cosas, creo que incluso demasiadas, pero no te las voy a contar todas (tienes suerte, creéme).
Entre hacer maletas, buscar piso y subirme a trenes varios, he tenido tiempo de cuadrar unas cuantas despedidas, menos de las que me gustarían, más de las he tenido fuerzas mentales para llevar a cabo. En una de ellas, saqué una foto y más tarde la pasé por el grupo de las amigas. La primera reacción fue algo así como “¿os habéis dado cuenta de la cantidad de cervezas que hay en la mesa?”.
Y la verdad es que no, no había reparado en ellas. Y esa cantidad de cervezas ha coincidido con mi lectura de este artículo de Jorge Matías, Un hombre entra en un bar. Y me he asustado un poquito. Porque mi tolerancia al alcohol (el de baja graduación, al menos) últimamente está bastante alta, porque en muchas de las reuniones que he estado teniendo hay alcohol de por medio y porque mi relación con él es, como mínimo, problemática.
Me explico. Antes de los 18, yo no bebía. Era ilegal, las oportunidades, por los círculos en los que me movía, eran pocas, y el riesgo que implicaba no me compensaba la posible bronca de mis padres. Y luego vino la universidad. Mi entorno pasó de ser el instituto que está a cinco minutos de mi casa a ser un campus en el que me tenía que pasar el día entero para asistir a la teoría, las prácticas y llegar a todo con la mejor nota posible.
Ante un cambio tan grande, necesitaba bajar las barreras personales que había puesto durante años, necesitaba integrarme y hacer amigos fuese como fuese. Y ahí entró el alcohol. Usé esta droga legal en un momento en el que no sabía que lo que me ocurría tenía nombre y podía tratarse con profesionales (Manuel del pasado, tenías ansiedad social y mucha homofobia interiorizada, literalmente te daba miedo SER).
Con los años, fui acumulando una pequeña cantidad de anécdotas relacionadas con el alcohol que en su momento parecían divertidas, pero que puestas en perspectiva me hacen querer ir hacia atrás en el tiempo y darme un abrazo, que seguro que me hacía más falta que aquellas copas.
Y cuando digo que he acumulado anécdotas, lo digo en serio. No me gusta olvidar y soy escritor, claro que tengo un word con esas anécdotas. Es un documento en que se mezclan vergüenza y heridas a partes iguales, una pequeña lista con el contexto de cada una de las noches en las que el beber se me ha descontrolado y he tenido que reconstruir el relato de la noche anterior gracias a la gente con la que estaba.
Y como estoy de rebajas en lo personal, te traigo un par de ellas. Tranquila, lectora, vengo mucho menos moralizante de lo que parece dado el tema, recuerda que aquí no aspiramos a la perfección. Te las reproduzco tal cual y luego hablamos de ellas, si te parece.
La de San Alberto Magno (patrón de los científicos): Apenas recuerdo el interior del Cinema, solo que me enganché a A.M. y la seguía recogiendo tickets de chupitos del suelo. Vomitona en el descampado. Llevado a rastras por L. y P. hasta la cama de A. Me despierto en mitad de la noche. No sé dónde estoy. Me vuelvo a dormir. Me levanto horas más tarde, vomito. A., P. y S. se han ido a casa de ésta última en la playa, a pasar el día. Han puesto un mensaje a mi hermana que disimula bastante bien la situación. Me encuentro a I. en la cocina. Me presento y le pido pasta de dientes, que la de A. es de fresa (esa con un cocodrilo en la etiqueta) y es como si no hiciese nada a mi aliento. I. me indica dónde está la parada del 24. Vomito un poco en la parada y la gente se aleja. Me monto en el asiento de atrás del conductor queriendo morir y vuelvo a casa.
La de Carnaval: iba vestido de Yoko Ono gritando en el Moma. Acabamos de beber (2-3 de la madrugada), subimos hacia la Stereo. Recuerdo seguir a una batucada que iba tocando por la calle, recuerdo bailar con una farola y, después, recuerdo sentarme entre dos taxis y vomitar algo naranja chillón (restos de un bocata de chorizo de la cena). J., A.G. y L. me llevan a casa en taxi. Vomito un poco más en mi bombín de Yoko Ono. Insisto, super enfadado en que no me bajo hasta que lleguemos. En casa, J., disfrazada de chica naranja del espacio, se encuentra con N., con su pijama de felpa, y trata de darle explicaciones. Yo desaparezco y al día siguiente me ponen al corriente. Miles de SMS de disculpas.
Aisladas, solo parecen eso, anécdotas, pero con la distancia y la impersonalidad que arroja el tiempo, sé cuáles son los puntos comunes de ambas. En la primera, A.M. es mi amiga la social, la que me hacía sentirme menos raro en un mundo al que no estaba acostumbrado. En la segunda, recuerdo que todo habría ido mejor si hubiese ido al baño entre copa y copa, pero aquello, por algún motivo, me disparaba la ansiedad.
¿Y ahora qué? Pues ahora, sinceramente, mi relación con el alcohol se ha transformado. Sé que no lo uso como facilitador social en la misma medida que lo hacía antes. Sé que si abuso, es porque me he dejado llevar por una situación que, socialmente, era reconfortante.
También soy consciente del contexto en el que habito, mucho más que cuando tenía 19 años. España es un país muy bebedor, podría negarme a probar ni gota, pero resulta que no me apetece. Me gusta la sensación de embriaguez, me gusta la risa fácil, el ligero mareo y los ojos de tonto que se me ponen. Pero sí que he aprendido ciertas cosas y a ellas quería llegar. Te las ofrezco, por si te sirven, por si crees que alguien a tu alrededor las necesita o por si eres una cotilla:
Si no eres capaz de concebir una quedada sin alcohol, estás en zona peligrosa.
Si un día quieres reducir el alcohol que tomas, pero temes las repercusiones sociales, apóyate en alguien en quien confíes.
No bebas solo.
Especialmente, no bebas solo si lo que quieres es sentirte borracho en lugar de disfrutar de la bebida que estés tomando.
Confía en tus amigas y no sientas demasiada vergüenza por cagarla, por ir a contracorriente a veces y por cambiar de opinión respecto a lo que quieres.
Las personas estamos en cambio constante. Tu relación con el alcohol no es una excepción. Experimenta. Recula. No te niegues tus motivos.
A esos seis puntos he tardado más de una década en llegar y los he pagado con unas diez noches de recuerdos parciales. No es mucho, pero son mi regalo de esta quincena, espero que los aprecies.
Ahora, vamos con las otras estrellas.
⭐ Si me conocéis un poco, sabéis que soy fiel seguidor de Florence Welch y su grupo, Florence + The Machine. Reconozco que pocos son los casos en los que un artista me interesa más allá de su música, pero con Florence es distinto.
Su relación con las drogas es, precisamente, uno de esos puntos en los que me he sentido muy apelado. Mítica es aquella noche en la que Florence se subió al escenario de un bar tiki después de meses sin cantar en público e interpretó unas versiones estridentes y nada serenas de Get Lucky (Daft Punk) y Standing In The Way Of Control (Gossip), todo mientras tragaba un chupito de tequila y lanzaba el vaso vacío a sus espaldas.
De aquella noche de 2013, que ella creería anónima hasta un par de días después, nació Ship to wreck, y de su relación con la fiesta, la noche y desde una perspectiva mucho más distanciada (lleva desde entonces sobria) ha nacido la canción que os traigo hoy, Mermaids, en la que reimagina a las chicas inglesas que salen a darlo todo como sirenas que emergen del Támesis una vez al año, listas para chuparle la sangre a un pobre despistado.
"There was a big party at my house one night. I got really drunk, and we moved to the tiki bar that's 'round the corner. I hadn't performed in ages, and there's a house band there playing, and my friends are tossing me shots, so I went up onstage. Two days later, I get a phone call from my manager. Someone had filmed me singing and screaming and taking shots. And it ended up on MTV News. I was like, "Oh, shit."
Florence Welch, en una entrevista en 2015.
⭐ La otra estrella es más bien una actualización. Hace un mes le dediqué una entrada a un lince moribundo y a un pájaro viejo. La escribí para ellos, pero también la escribí para hacer las paces con algo que estaba ocurriendo, pero que no quedaba tan bien relatar en aquel momento. La salud de mi gata Buffy llevaba meses deteriorándose. Los diagnósticos cambiaban, los tratamientos también. No quiero aburriros con los detalles, pero el dos de mayo tuvimos que decirle adiós para siempre, mucho antes de lo que esperábamos. No necesito palabras de consuelo, ya ha pasado un tiempo, ya las he tenido (gracias a todes 💚). Me quedo con aquel texto como tributo, porque era para ella incluso antes de saber lo que ocurriría.
Así que, lectora, hoy solo hay dos estrellas, porque a mí me falta una.
Yo podría hablar largo y tendido sobre el alcohol (de hecho, tal vez lo haga) pero me flipa que tengas un word con anécdotas beodas. Te mando un abrazo estrellado, amiga ✨💖
Creo que nunca te he dicho que me encanta el título de tu newsletter y el concepto.
Yo también tengo problemillas con el alcohol a veces. Espero que aquí en Madrid no nos haga tanta falta. Más botellicas de agua congelada en el retiro y tal o unos ice coffees.