⭐ Querida lectora, hoy vengo a hablarte de mirar cuadros y de sentir cosas (otra vez).
Dice Françoise Barbe-Gall que “aprender a mirar un cuadro supone, ante todo, querer creer en lo que vemos”. Me gusta esta frase de la autora de Cómo mirar un cuadro porque es una forma de afirmar que no necesitas ser un entendido del arte para sentirlo, que no es preciso saber de técnicas, corrientes pictóricas o historia para emocionarte con una imagen bella. Y esto, emocionarme con cuadros, es lo que he estado haciendo yo últimamente.
Como buen recién llegado a Madrid (¿en algún momento se puede decir que has dejado de descubrir una ciudad, una comunidad, masiva?), voy acumulando presentaciones de libros, exposiciones, visitas a museos, conciertos… Todo lo que se me cruce hasta que comprenda que esto es un delirio y que parar está bien de vez en cuando. Pero hasta que llegue ese momento, yo sigo.
La semana pasada, para cumplir esta agenda, estuve en El Escorial y en el Museo Sorolla, entre otros. Y en ambas, en mayor o menor grado y sin saber cómo puñetas se mira un cuadro, sufrí algo parecido al famoso síndrome de Stendhal.
Para los que no hayan oído hablar de este fenómeno, Graziella Magherini, quien le dio el nombre en honor a la primera persona que lo describió, lo define como una condición que implica la aceleración del ritmo cardiaco, mareo, náuseas, alucinaciones e incluso desmayos, como respuesta de la exposición de un individuo a una obra de arte de gran belleza.
Stendhal sufrió estos efectos cuando visitó Florencia por primera vez, a principios del XVII, y Magherini, casi 250 años más tarde y después de estudiar más de cien casos de visitantes de la misma ciudad, achacó dichos síntomas a la grandilocuencia del lugar y les dio el nombre por los que lo conocemos hoy en día.
Absorbed in the contemplation of sublime beauty . . . I reached the point where one encounters celestial sensations . . . Everything spoke so vividly to my soul.
Stendhal, en Naples and Florence: A Journey from Milan to Reggio
Y yo, como intenso profesional (me saqué el carnet en 2012 para completar unos créditos de libre elección), pues he pasado por lo mismo en estas visitas. Sin saber nada de arte a nivel formal, sin saber lo que me iba a encontrar en ninguno de los lugares, he contemplado obras que me han dejado mudo. La primera de ellas, por su aparente minimalismo; la segunda, justo por lo contrario.
En el Real Monasterio de San Lorenzo de Escorial, tras salas recubiertas de frescos, tapices diseñados por Goya, imágenes de batallas y demás parafernalia ostentosa herencia de los Austria y los Borbones, me encontré, casi a punto de abandonar el recinto, una exposición dedicada a Navarrete el Mudo.
Este pintor del siglo XVI, el favorito de Felipe II, era conocido por su estilo, heredero de la escuela veneciana, y sus imágenes religiosas. Famosas estas últimas (entre los entendidos, digo yo) son su Martirio de Santiago, no apto para sensibles, o su Cristo apareciéndose a su madre, por lo escasamente representada que está esta escena.
Curiosamente, fue su obra más reservada la que más me conmocionó. En la Adoración de los pastores, un bebé blanco y rollizo emite una luz fantasmagórica, sagrada, que ilumina la cara de la Virgen María y de un par de figuras anónimas. Y en ese claroscuro, aparentemente simple, se mató este ateo que te escribe.
"Vese en ella una hermosura celestial con el afecto de Madre, y el infante recién nacido que alza los bracitos para abrazarse con ella, enternece el alma de quien lo mira"
Sigüenza.
Será eso, que me enterneció el alma.
Y tan solo unos días después, lo hizo Sorolla. Y no fue ninguna obra suya en concreto lo que me pilló por sorpresa. Ni la aparente facilidad con la que retrataba la piel sumergida en El bote blanco, ni la intimidad que emana de los retratos de su amada Clotilde; ni siquiera ese patio reminiscente del Alcázar sevillano, una visión totalmente descontextualizada y extraña en pleno barrio de Chamberí.
Fue su taller principal, que se elevaba alto como una verdadera capilla sixtina, en el que todo esto cubría cada rincón visible, en el que los motivos, las obsesiones, del pintor se unían a las estampas de una vida: la imagen de la familia cenando en torno a la mesa del comedor, los botes repletos de pinceles y más pinceles, el caballete y la cama (¿en cuál pasaría más tiempo?), retratos dedicados por sus amigos… No solo estaba contemplando la belleza del pintor más luminoso, también estaba viajando por su historia más íntima y personal.
Y ahí, ahí volví a marearme, a sonreír como un niño, a hiperventilar con ese placer que se reserva para otros momentos, a viajar a mi Mediterráneo, que también era el suyo, y a mi Sevilla, que con tanto cariño retrató. A conocer a alguien nuevo.
Querida lectora, ojalá estas palabras te emocionen una décima parte de lo que hicieron estos dos artistas conmigo, ojalá te acerquen un poquito, sin necesidad de entenderlas, como decía Barbe-Gall, a esas pinceladas. Ojalá quieras creer en lo que ves.
Y ahora, las otras estrellas:
⭐ Como no tenía suficiente, la semana pasada también me dejé caer por el Café Belén para ver la exposición, pequeña, incluso un poco disimulada, de la obra de Daniel Torrent. Este artista, más que el amor, el sexo o las relaciones, plasma la intimidad y el deseo con una crudeza tan esperanzadora como dolorosa.
Estoy convencido de que a Sorolla le gustaría.
⭐ Esta última estrella es otra invitación. Hace poco se hizo viral este tuit con el Unfinished Painting, de Keith Haring, una de las últimas obras que completó (sí, está completa, esta era su intención) antes de morir de complicaciones relacionadas con el SIDA en 1990, con solo 31 años. Los tweets citados están llenos de imágenes igual de cargadas, de historias listas para que las descubras.
Eso es todo, lectora. Y recuerda, mira, emociónate.
El primer síndrome de stendhal que recuerdo vivir fue en el Prado. Cuando entré en la sala chiquitilla donde tienen el Jardín de las Delicias. En ese momento no había nadie frente al tríptico, así que estuve a mis anchas para marearme frente a la inmensidad del jardín. Te entiendo, amiga ❤