⭐ Querida lectora, hoy te escribo desde más lejos de lo habitual, gracias a una amiga que me ha acogido unos días en su casa. Tengo la cara quemada, a pesar de haberme puesto crema, los pies molidos de andar, a pesar de haber dicho que me lo tomaría con calma, y los calcetines llenos de arena.
He estado pensando mucho en la amistad últimamente. Este último año no ha sido fácil en estos términos. Creo que no soy una persona excepcionalmente sociable, en los términos habituales de la palabra. No me gusta demasiado entablar conversaciones de ascensor y no estoy tan incómodo en los silencios, aun así, me las he apañado para tener un círculo de amistades, colegas y conocidos bastante amplio. No inabarcable, pero sí tan amplio como para no poder dedicarle el tiempo que me gustaría a todos ellos. Pero ese es otro tema y hoy no quiero deprimir a nadie.
Ser un animal social implica tener algo de camaleón. Creo que en nuestra vida se intercalan periodos de expansión y de reclusión social. Hay momentos en los que todo el mundo parece encajar en tus momentos sociales de una forma u otra, y otros en los que, agotado, te metes en una cuevita y pones el cartel de “no molestar”. Creo que ahora mismo me muevo entre uno y otro. No me apetece recluirme del todo, pero puede que me pase un tiempo con una silla de playa en la puerta de la cueva hablando con todo aquel que se pase a saludar, pero sin alejarme demasiado.
Pero son los otros momentos los que más curiosidad me producen. Los de expansión, los de intentar abarcarlo todo, esos periodos en los que, hagas lo que hagas, parece que serías incapaz de no encajar en un grupo. Sí, de encajar. Te conviertes en un camaleón y muestras una cara distinta según con quién estés. Y es lógico, pero aun así, me llama la atención. ¿Cuándo se convierte una habilidad imprescindible en un superpoder? ¿Cuándo en psicopatía1?
Como científico loco que soy, encuentro muy interesante mezclar a distintos grupos de personas. ¿Qué ocurre si junto a mi amiga de la universidad con mi compañero de piso? ¿Qué pasa si ambos conocen mi office bestie? Pero claro, aquí es cuando el camaleón flaquea. No puedes disimular cuando tus mundos, que mantienes tan bien separados y compartimentalizados, se mezclan. Las fachadas caen y eres vulnerable. No es algo que alguien que no se sienta del todo cómodo consigo mismo pueda hacer.
Pero ahora que he pasado por tantos sitios, que llevo una mochila considerable de personas conmigo, me pregunto quién es la persona que soy con cada uno de ellos. Ahora que me muevo con una consciencia y una intencionalidad que no tenía a los 19, a los 25, a los 30, más abierto a todo pero más consciente de que el tiempo es limitado, me pregunto qué es lo que vemos en una persona que la hace pasar de conocido a algo más.
¿Somos personas distintas con cada amigo? ¿Qué versión sale a la superficie cuando los grupos se mezclan? Si nos hacemos amigos de alguien en un momento concreto de nuestra vida, en el que compartimos intereses o circunstancias, ¿qué ocurre cuando el momento se acaba?
Creo de verdad que cada amistad activa algo en nosotros. Quizá nos permitamos ser más callados y sosegados con Amigo A, quizá B saque nuestra parte más alocada y extrovertida, quizá C haga que brille nuestro lado más creativo.
Si eso es así, entonces, la persona que sale a relucir cuando te permites juntar a distintas amistades, ¿es el verdadero tú? ¿La versión más completa? ¿El amigo perfecto, o el grupo de amigos perfecto, es aquel que nos permite expresarnos en toda nuestra diversidad?
No tengo ni idea, solo teorías, muchos pensamientos sobre la flexibilidad de las relaciones y sobre que, a veces, lo mejor es no pensar demasiado en ellas y actuar con naturalidad, con instinto, confiar en quien quiera vernos enteros y no solo parcialmente.
Y ahora, las otras estrellas
⭐ Navegaba por twitter cuando me encontré con un post que me interesó. Unas ilustraciones a la tinta de un viaje a la India. Algunas eran solo unos trazos de color, casi unas manchas. Pero solo con eso, el autor consiguió transportarme al país que él veía: sus colores, sus formas, su gente.
El artista era Christoph Niemann. Quizá no os suene por nombre, pero es autor de numerosas portadas para The New Yorker, no menos interesantes, y también de algunas ilustraciones virales en las que mezcla sus tintas con objetos cotidianos, como un pan de semillas de amapola. Redescubrirlo a través de un trabajo tan distinto como los bocetos de sus viajese ha sido todo un placer.
⭐ Uno de mis momentos favoritos cada dos semanas es cuando me llega la newsletter de Carmen Pacheco, Flecha. Suelo reservármela para un hueco especial, porque sé que se merece que la lea con atención y no haciendo un rápido scroll por ella. La última entrega, además, bien se merece que yo termine la mía aquí y dé paso a la suya. Confiad en mí y leed a Carmen.
«Dos cosas antes me habían destruido. La primera fue la sala llena de pelo. Siete toneladas de cabellos rasurados, esquilados, de las mujeres que fueron exterminadas en el campo».
Eso es todo de momento, lectora. Nos leemos pronto.
Palabra usada muy a la ligera y no en el sentido médico.
Gracias por esta newsletter tan bonita y sincera, estoy pasando una época chunga en el ámbito de las amistades y necesitaba leer algo así. 💙