No me quiero grabar
En el que ignoro completamente que me he tirado un tiempo considerable sin escribir aquí.
⭐ Querida lectora, dije que me iría para cocinar un libro y he cocinado uno. Uno que estaba casi hecho, pero que ignoré durante meses porque le tengo más miedo de lo que me gusta admitir. Pero hoy no vamos a hablar de él, hoy vengo, como siempre, a preguntarme cosas, a enfrentarme al mundo de la literatura un tiempo y a preguntarle a él que qué pasa, que cuándo o dónde se fue todo al carajo y quién tuvo la culpa.
Digo esto y pongo una imagen ahí en medio como si no lo supiese. Como si no lo supiésemos todos los que estamos metidos en el mundo del libro, aunque sea solo hasta los tobillos porque no es un mundo amable. Advertencia: esta entrada contiene alto grado de especificidad y no, o no del todo, va sobre la vida diaria, definitivamente no sobre la de cualquiera. Esta experiencia no es universal.
En 2020 coordiné una antología junto a mis amigas. Cada una con sus habilidades, todas pusimos nuestro grano de arena (y parte de nuestro propio dinero) en conseguir un producto hecho por la comunidad literaria (de twitter, mayoritariamente) y para la comunidad literaria. Fueron horas arrancadas al descanso, pero había tanto corazón y tantas ganas en ese proyecto (y tantísimas risas, qué bien nos lo pasamos), que lo conseguimos. Fandom of our own: There was only one bed fue una antología en la que diez autoras jugaban con los tropos clásicos del fanfic en historias originales. Cientos de descargas y compras (¿llegamos a mil? No lo recuerdo).
¿Cómo lo promocionamos? Con hilos de twitter. Con la participación del público. Ni siquiera necesitamos del email marketing ni tuvimos que acudir a bookstagrammers (¿acaso existía esa palabra? Seguro que sí, pero dudo que la usásemos todos los días). Sé que hoy, haciendo solo esto, no habríamos conseguido ni un décimo del alcance.
Como decía antes, sabemos cuándo cambió todo. Tras la pandemia (sí, lo sé, volver con esto es terrible), la explosión de las comunidades de booktok y bookstagram, la inserción del libro como complemento, como marcador de personalidad entre un público cada vez mayor y la aceleración del mercado, así en general, han impuesto otra forma de promocionarse, otra forma de hablar de libros.
Tranquis, no voy a ahondar más en el fenómeno. Hay gente que lo hace mucho mejor que yo y no quiero aburrir a nadie.
En 2020 me encantaba el márketing. Mis compañeras y yo sabíamos que la forma de atraer al público era contarles un poquito de la historia, lo justo y necesario de un mundo que casi podían conocer, dejar que el autor hablase a través de las redes y listo. Si había interés, los lectores vendrían.
Hoy, cinco años después, en lugar de hilos y unos cuantos memes, tendría que pedirle a los autores que se grabasen, que hablasen delante de la cámara, que lo hiciesen con un equipo bueno (caro), porque la mala producción representa un mal producto o eso cree la gente (cuando lo único que representa es que no tenemos patrocinadores y dinero detrás); tendría que pedirles que participasen en podcasts; luego, tendría que conseguir vídeos de esos podcasts para redes y tendría que pedirles que, por favor, por favor, intentasen darme una frase demoledora, algo que pudiese viralizar, si puedo envolverlo en un papel que ponga “POLÉMICA” o disfrazarlo del “tema del día en redes”, mejor que mejor.

La complicidad de booktokers y bookstagrammers y el dinero de las grandes editoriales marcan lo que se lee. No es mejor ni peor que lo que sea que hubiese antes, solo es distinto. El flujo de dinero que se invierte en publicidad hoy tiene pequeñas (o enormes) desviaciones hacia estas figuras. Es distinto y… también un poco deshonesto. La complicidad del bookfluencers (en sentido amplio) no es solo con sus patrocinadores (o, en menor medida, con quien le regala un libro a cambio de una reseña), también es con su público, que confía en ellos como fuente de sinceridad.
La corrupción, si la entendemos como alteración, putrefacción, del hecho de recomendar un libro en redes, está embebida en el propio sistema. El pacto, la suspensión de la incredulidad, ha dejado de hacerse con la historia y ahora estrechamos la mano al autor, al influencer o con el libro como objeto físico, como figuras aspiracionales que contribuyen a nuestra vibra, nuestro aesthetic, nuestra figura pública.
Y aquí, ¿dónde quedamos los autores? Pero, especialmente, ¿dónde quedamos los autores introvertidos? ¿Los que tenemos demasiada ansiedad social como para ponernos delante de una cámara día sí, día también? ¿Dónde quedamos los autores sin tiempo ni dinero para aprender sobre nuevas herramientas y estrategias? ¿Dónde los que dedicamos entre 8 y 12 horas al día a pagar el alquiler? ¿Dónde los que simplemente no tenemos la gracia, las ideas, el savoir-faire para viralizarnos regularmente? ¿Dónde los que no quedan bien en cámara? (no hagamos como que eso no influye a la hora de que alguien pulse el botón de seguir, por favor).
Para acabar, le pregunté a mi amiga Coral, marketing-girl por excelencia, cuál sería la estrategia básica a seguir para promocionar una novedad literaria. No le pedí nada rompedor, le pedí que me dijese lo mínimo que tendría que hacer una persona para no desaparecer entre la marea de novedades.
¿Cuánto tenemos que compensar el no tener determinados tipos de dones, suertes, conexiones? ¿Con cuánta humildad tenemos que presentarnos para que merezca la pena leernos, a pesar de no contribuir a un perfil curradísimo en Instagram?
¿Estás cansada ya, lectora? Pues tu autora favorita no, ella está agotada. Menos si es Elena Ferrante. Ella sí que sabe.
Y ahora (que ya he llorado), vamos con las otras estrellas.
⭐ Sobre hacer arte con las manos, hacerlo despacito, “espaiet”, habla mi amiga Patricia Herrero en su Espai, un espacio colaborativo en Las Palmas de Gran Canaria que acaba de (pre-)inaugurar. ¡Hola, Patri!
Ve a seguirla, porque, aunque no seas de Las Palmas, siempre te traerá artistas interesantes a los que apoyar a tu feed.
⭐ Ampliando la sección de personas orquesta y que saben hacer de todo, una de mis referentas es Charlotte Moira (Instagram/Substack). Si tuvieras que empezar por uno, por la temática de esta carta, te recomendaría este, en el que Carlota y Emily parten de No leer, de Alejandro Zambra, para hablarnos de los libros de su vida, de su relación con la lectura y de todo un poco.
✨ Esto es en lo que más pienso en los últimos días/semanas/meses, aunque no sea todo. Volveré. Más personal, probablemente. Ya lo siento.
Hola, Manu. He conectado mucho con lo que cuentas en tu boletín. Ahora bien, para mí este problema empezó mucho antes, quizá aun antes del 2020. Pero entonces, la propia gente del medio literario, incluyendo españoles, se mostraba burlesca ante preocupaciones como las mías.
A mí nunca me ha gustado el marketing en estas cosas (hice un diplomado corto y gratuito hace unos años, y entendí mejor el porqué de mis aprensiones). Así que creo que parte del problema también se cimentó por los autores que se subieron a este carro, sin una mirada más mesurada (no me refiero a ti, aclaro). De hecho, la situación me recuerda a la cantilena actual de "la IAG llegó para quedarse". También estas cosas de marketing se presentaron como tales, y se decía entonces que el autor que no se sumara a ellas se iba a quedar atrás... ¡Y te lo decían otras autores, con condescendencia!
Y así es como nos encontramos en un panorama cada vez peor en lo que respecta al movimiento "orgánico" de nuestras obra en RRSS (entendiendo que siempre el marketing está presente de alguna forma, por desgracia). Desde años que me pregunto, por ejemplo, si los bookstagrammers compran libros, porque solo comentan obras de las que mencionan explícitamente que les fueron regaladas (las famosas "colaboraciones"). Entonces, me da la impresión de que no hay un interés intrínseco en apoyar cierta obra, sino solo recibir un objeto gratuito. Y eso, como lectora que solo difunde obras que le interesan mucho (y que nadie le regala, porque tampoco pretendo eso), no lo entiendo. Tampoco entiendo lo de los videos. Como tú, soy introvertida. A diferencia de ti, soy además fea. ¿Cómo alguien podría ver mi cara y pensar "oh, sí, voy a comprar su libro"? ¡Yo creo que más bien alejaría a la gente, jajaja! Hablando en serio, lo que importa de una obra son sus palabras, cómo expresa lo que expresa... ¡No la cara de autor! Me han explicado antes por qué importaría esto, pero no me convence. Quizá funcione con gente guapa y a la que se le dé bien las cámaras, y está bien. Pero no se tiene por qué esperar que un escritor sea así. Un escritor tiene que ESCRIBIR; lo demás es accesorio.
Me parece que estamos en un contexto que solo empeora, y no tengo muchas esperanzas de que vaya a cambiar para bien, a diferencia de otras personas. Me he extendido un montón en la respuesta porque esta es una angustia que llevo muchos años sintiendo como autora que publica y que realiza diferentes actividades públicas relacionadas con literatura, que también difunde en Internet y RRSS.
Como siempre, creo que el único consuelo es nuestra propia obra y los lectores que, pese a todas estas barreras, logran llegar a nuestro trabajo y valorarlo. Pero a veces es triste sentir que mucha gente prefiere ignorar una obra diferente al perfil de mercado y que al menos podría llamarles la atención solo porque la autora no es una figura social validada ni sociable ni carismática ni guapa en sí misma. Porque solo en mi propia escritura puedo ser quien soy; todo lo demás es secundario.
Ojalá los lectores pensaran más en que el escritor es escritor porque escribe, porque tiene algo que contar y expresar desde sus palabras. Y que en sus meras palabras, si es que en realidad disfrutan la lectura literaria como tal, estará todo lo que ellos podrían querer encontrar... Si se dieran el trabajo de ir a buscarlas por su cuenta. Al menos yo hago eso como lectora y la experiencia ha sido siempre muy hermosa. Ojalá tener más confirmaciones de que no estoy sola en este camino.
Gracias por escribir de esto y poner el tema en el tapete otra vez.
Te entiendo tanto... La primera vez que autopubliqué fue hace ya mucho tiempo (mucho antes de la pandemia) y recuerdo que sentí las cosas un poco más fáciles, a pesar de pensar en una buena estrategia que implementé un año antes de sacar el libro. Sin embargo, siento que en esa época era más fácil que ahora. Instagram, además, era una red social muy distinta a la que es hoy, con eso te lo digo todo. En fin, supongo que no seremos los únicos en sentirnos así y eso me alivia.