⭐ Querida lectora, hoy volvemos a hablar de gente, de arte y de la ONU, ¿por qué no?
Si estuviste atenta a mis últimas cartas, habrás comprendido por qué últimamente he tenido que escribirte cada tres semanas en lugar de cada dos, como me habría gustado. El trabajo, ese trabajo extraño que me ha absorbido los últimos meses, se lo ha comido todo. He acabado agotado, con la energía justa para encargarme de lo básico y de un poco más (la casa está más o menos limpia, las plantas más o menos regadas y las amistades, más o menos cuidadas), y esta carta cayó en el nivel de prioridades.
Sí, podría haberla escrito en aeropuertos, en trenes o en autobuses, pero nunca me apetece obligarme. No soy tan productivo, tengo un ritmo de creación más o menos lento y prefiero usar esos trayectos para leer. Si tengo que obligarme por encima de mis ganas, sé que no lo estoy haciendo bien del todo.
Lo bueno es que aumentar la periodicidad me hace volver con más chismes, digo… con más reflexiones sesudas.
Sesudamente y como te adelanté en la última newsletter te cuento que he vuelto de Ginebra, de trabajar en la ONU. Normalmente, cuando hablo de esto suelo decir “la p*ta ONU” porque todavía no tengo muy claro cómo acabé ahí, pero supongo que lo que cuenta es haber ido y no el camino.
Ahora que ya se han calmado las aguas y que hay menos emociones justo debajo de la piel, te cuento que ha sido una experiencia enorme. Estresante como ninguna otra, pero enorme. Y aun así, pese a lo grande que parecía todo, a lo arrolladoras que parecen las decisiones que se toman ahí, en lo que no podía dejar de fijarme era en la gente.
Sí, por muy manido que suene, me parece que todo podía resumirse en: la gente. Qué curiosas somos las personas, qué incapaces de ponernos de acuerdo y encontrar puntos comunes incluso cuando los objetivos son los mismos. Qué esfuerzo enorme ponemos en pelearnos por poner una palabra en lugar de otra, una coma aquí y no allá, y dedicaremos horas y un esfuerzo económico gigante a defender con uñas y dientes esas palabras o esas comas. Y aún así, después de discusiones eternas, cíclicas e improductivas, sigo mirando a la gente con muchísima curiosidad.
Por aterrizar un poco este recuerdo en tu cabeza, imagina una sala llena de trajes, banderitas, cabinas de traducción. Todo es formal, aséptico el 90% del tiempo. No se alzan las voces, la personalidad son solo pequeños fogonazos entre una maraña negra, gris y azul marino. Y ahí estoy yo, que entre ataquito y amago de infarto, me pregunto cuál es el deporte favorito del delegado de Rumanía, si a la de Eslovaquia le gusta pintar en su tiempo libre o por qué el de Francia tiene más nociones de español que yo de francés.
Cuando acaban las sesiones, vuelven a formarse los corrillos de cabezas, esta vez mucho más distendidos, menos política y más despedidas. Algunas de las delegaciones que solo unos días antes nos ponían la zancadilla, nos aprietan la mano con una sonrisa. Humanos a pesar de todo. En la fila de delante a la nuestra, alguien mira modelitos en su móvil, mientras su compañera de al lado hace el check-in desde el suyo. “Al menos esta noche duermo en casa”, seguro que piensa. En la de atrás, la delegación ucraniana también junta sus cabezas en torno a los teléfonos. Alcanzo a ver por el rabillo del ojo los vídeos y el audio es alto y claro: gritos, disparos, guerra. Las dos cosas, perfectamente humanas, las manos estrechadas y los misiles disparados.
El sonido cesa y es como si nada hubiera pasado. La guerra queda más cerca de lo que me ha quedado nunca y, aun así, es como apagar el telediario. Ya no existe. Hay que seguir mientras no la tengas en la puerta de tu casa. Es rarísimo, es una sensación extraterrestre, pero también es humana.
⭐ Perdona que me haya puesto menos íntimo y más anecdótico. Espero que la falta de detalles me sirva para decir que sí, que esto se podía contar. Esta podría haber sido una entrada con los altibajos del año, pero creo que esos ya los he ido comentando en las anteriores 19 entregas de este boletín, así que me parecía más adecuado cerrar con esta experiencia, que también acaba para mí. Supo tanto a final como a comienzo, cambio en cualquier caso (20 entregas, ya llevo 20 hablando de lo mismo).
Y ahora sí, las otras estrellas
⭐ Las redes sociales están un poco difíciles de navegar estos días. Es un tema en el que pienso mucho. Cada vez hay más bots, ads, content creators y el robo a los artistas gráficos está a la orden del día. A pesar de todo, people being people (parece que era el tema de hoy), sigue habiendo iniciativas bonitas. Una que he estado viendo estos días por Twitter consistía en seguir una cadena con tu cuadro favorito.
Fue así como descubrí a Salman Toor, un artista pakistaní afincado en Nueva York. Su Reunion (2018) me llamó la atención enseguida, la cara del hombre enterrada en el hombro del otro, el alivio en el único rostro visible, ambas figuras tuvieron el suficiente poder como para quedarse conmigo unos días. Un rápido vistazo a su obra nos descubre un abrazo tras otro, reencuentros, reuniones donde lo que se respira es la tranquilidad en un sector de la población que rara vez la encuentra: jóvenes migrantes queer y no blancos.
Salman Toor dedica su obra a ofrecer la paz que el mundo les niega, otorgando humanidad a aquello entendido, desde el privilegio, como la diferencia. Es una ventana a una intimidad en la que, por un momento, parece que nada va a salir mal. Sus pinturas, además, tienen un claro aire de “esto es lo que soy, esto es lo que quiero pintar” que nos recuerda que en el arte, dejarnos la piel y el alma es imprescindible para que nos escuchen.
⭐ De vez en cuando me gusta traer entretenimiento a la newsletter, especialmente si tiene un poquillo de poso artístico, y hoy os traigo una plantilla de Canva. Sí, sé que parece un poco aleatorio, pero tiene sentido. La creó y compartió Natasha Ahmed y es perfecta para hacer una libreta digital de recortes con lo mejorcito de tu año. Si las tijeras y el pegamento no se te dan bien, prueba con el ratón.
⭐ Técnicamente habríamos llegado aquí al final, pero no me gusta cerrar sin compartir una última cosa contigo. Ando escuchando últimamente mucho a La Plazuela y a María José Llergo (¿acaso he salido de su música alguna vez?). Dos canciones en concreto me rondan mucho la cabeza. La vuelta y Lo que siento. Ambas podrían haberse colado perfectamente en la lista de reproducción de Todos mis santos (si no están es porque son posteriores). Hablan de vivir y de hacer arte, como todo lo que escribo, como todo lo que me importa.
No tengo más que ofrecer
No tengo más que ofrecerte que las cosas que he vivío
Y que las cosas que he vivíoLa vuelta, La Plazuela (Roneo Funk Club, 2023).
Estoy rompiéndome en el escenario
Mientras el mundo entero está mirando
Estoy rompiéndome en el escenario
Y tú mirandoLo que siento, María José Llergo (Ultrabelleza, 2023)
Hace tres años, casi cuatro, que escribí Todos mis santos y nos acercamos al segundo aniversario de su publicación. Normalmente, ya habría dejado de oír hablar de este libro, pero si algo bueno tiene publicar con editoriales independientes, es que a veces se saltan un poco las normas del mercado.
El otro día quedé con Hendelie y tuvimos una de esas conversaciones de las que arreglan el mundo. También me dijo que había tocado algo con TMS. Un poco único, un poco irrepetible. Unos días después, Jota me contó que le había dejado el libro a un amigo, que ese amigo lo había circulado entre todos sus compañeros de piso y que habían caído todos como piezas de dominó.
No sé si algún día volveré a publicar, no sé si volveré a terminar algo que guste tanto, no tengo ni idea. Pero sí sé que si esto es lo que tiene que hablar de mí, puedo estar muy satisfecho.
Ahora sí, eso es todo lectora. Nos leemos pronto. Puede que la próxima entrada sí que sea un top de 2023. No lo puedo negar, me encantan las listas de fin de año.
ªªª Me encanta el scrapbook digital!