⭐ Querida lectora, hoy vengo a hablarte de irse de los lugares, de lo que dejamos atrás, de lo que dejamos a medias, de lo que nunca será.
He terminado. No, no he terminado esta carta; no he terminado un relato (eso hace meses que no pasa), tengo tantas cosas a medias que intento no darle muchas vueltas, pero una de ellas, por fin ha terminado. El contrato que me trajo a Madrid se acaba y ahora toca la incertidumbre (con suerte, no será mucho tiempo).
Esta semana hemos devuelto nuestras pantallas, recogido nuestras tazas de café y nos hemos llevado nuestras plantas, quien las tuviese, a otro sitio. La oficina se ha quedado vacía. Creo que lo último que recuerdo antes de salir era el fondo del ordenador de la chica que se sentaba delante de la puerta (Madre, de Sorolla, tan blanco y minimalista como el portátil que decoraba).
Me resulta curiosa la facilidad con la que se desmantela un espacio tan cotidiano. Nos empeñamos en hacer nuestro un sitio tan hostil como una oficina mientras lo ocupamos. Ponemos pósters con frases motivacionales poco inspiradoras, con memes cutres que rápidamente se quedan anticuados, garabateamos en las pizarras. Una especie de “fulanito estuvo aquí” tan antiguo como las pinturas en las cavernas. Como si fuese a ser eterno, nuestro legado menos duradero.
Recuerdo algunas de las frases que decoraban la oficina, pero sé que pronto las olvidaré. No me preocupa demasiado, no son esas las frases que tengo en la cabeza últimamente. No soy una persona que lea libros con un lápiz listo para apuntar. Lo he intentado, pero enseguida pierdo el hábito. También he probado con post-its, con el mismo resultado. Me gustan las obras completas, rara vez extraigo un fragmento o releo un pasaje concreto. Lo mismo me ocurre con las películas.
Pero estas circunstancias, el hecho de que tanta gente a la vez cambien su forma de vida habitual, son poderosas. Ahí es donde andan mis pensamientos últimamente, en todas las personas que he conocido estos meses. Con algunas he trabajado todos los días, juntas incluso cuando no era necesario; a otras solo las he visto brevemente en los países que he visitado, a pesar de llevar semanas intercambiado correos; e incluso las semanas finales he seguido conociendo a compañeros.
¿Y ahora qué? No “qué pasa con nosotros”, “qué hará cada uno con su vida” ni nada de eso, sino “qué queda de todo esto”. ¿Qué queda de las relaciones que se han formado? ¿Qué queda de las amistades? ¿Qué queda de las personas que han sentido afinidad pero no tenido tiempo para llegar a descubrirse?
La frase que tengo en la cabeza últimamente pertenece a la película Shelter (Johan Markowitz, 2007). En ella un personaje le dice al chico con el que lleva toda la vida yendo y viniendo “You don’t belong to people forever”, antes de dejar de ser un casi-algo que no iba a ningún lugar. No le pertenecemos a nadie para siempre. Es tan sencilla, pero tan poderosa.
Últimamente, cuando empiezo a leer un libro lo hago con la idea de acabarlo y añadirlo a la lista, más que con la idea de disfrutarlo. Es terrible. Y lo peor es que me está pasando con las relaciones: conozco a alguien y ya estoy pensando cuándo acabará, cuándo se irá, si dolerá. Y en lugar de disfrutar del camino, de un rato juntos, le pongo un contador en la frente y me pregunto si será culpa mía. Y una vida, una amistad, algo que no hemos tenido se despliega delante de mí y se desvanece antes de formarse. Una especie de FOMO1 relacional, que se agrava en esta ciudad llena de gente. Y por supuesto, será culpa mía. ¿De quién si no?
Entonces recuerdo que no le pertenecemos a nadie para siempre. Que incluso las personas a las que más queremos se irán, se distanciarán y puede que, con un poco de suerte, vuelvan a acercarse.
Te reconozco, lectora, que esa frase tan sencilla lleva muchos años haciéndome respirar más tranquilo. No me quita el miedo a perder, no me quita el miedo a fallarle a alguien ni me hace sentir menos culpable, pero me recuerda que todo es pasajero, que no podemos darlo todo con todos y que eso no es necesariamente malo.
Y ahora, las otras estrellas
Hoy voy a ser breve (sí, lo has adivinado, otra vez vengo con el tiempo justo).
⭐ Hace dos semanas te traje un texto de Joan Didion. Poco después me encontré con una foto de su apartamento. Es una casualidad, pero me basta para querer ponerla aquí. A la vez que me encanta asomarme a casas ajenas, especialmente a la de escritores y lectores (¿cómo no?), me da un poco de envidia la gente que tiene un lugar al que llamar casa permanente, sobre todo, un lugar en el que construir una biblioteca. Pero eso es tema de otra newsletter.
⭐ Sobre la vida y plasmarla, alguien a quien todo el mundo debería tener en la mente es Paco Roca.
“Antes aquí había una bulliciosa playa, el escenario de mi novela gráfica Regreso al Edén, dedicada a mi madre. Casi todos los protagonistas murieron. Ni siquiera está la playa porque se la comió el puerto. Pero los recuerdos permanecen. El ingenio humano inventó formas de mantener un instante en el tiempo. Creamos la fotografía y el cine, y antes aún la escritura y el dibujo”.
Paco Roca, dibujando la vida (Batiste Miguel, 2023)
Con esas palabras abre el documental Paco Roca, dibujando la vida, ahora disponible en rtve play, otra forma de acercarnos a uno de los artistas españoles más influyentes de nuestra época.
Sigamos escribiendo y dibujando, lectora. Para recordar, para no olvidar lo vivido, para imaginar lo casi vivido.
Fear Of Missing Out: «temor a dejar pasar» o «temor a perderse algo».
¿La sensación de caducidad en las relaciones? Me pasa, amigo. A veces dudo de que sí me sigue valiendo la pena involucrarme para luego afrontar una pérdida, sea culpa mía o no. Tengo que aprender de ti en eso.
También en el listado de libros o el tema de la casa estable. Cómo siempre, das en el clavo, Manu.
Un abrazo!